Trataré de ser breve. Además, vaya como disclaimer y al mismo tiempo como invitación a participar en comentarios que no estoy 100% seguro pero creo que no, yo no necesito (tantas) apps. En general, no necesito aplicaciones diferentes en mi smartphone u otros dispositivos para acceder y utilizar contenido o servicios que podría usar perfectamente en un navegador.
Decía Wired hace ya un año y medio que la web está muerta y datos de Diciembre de 2011 muestran esa tendencia, pasamos un 30% más de tiempo usando apps que en la web. Bien, el uso de apps fragmenta internet. Se convierte en un microcosmos en el que en función del dispositivo de acceso (o cuando menos, del desarrollador del sistema operativo) tendremos acceso a un contenido u otro y estaremos sujetos a las consideraciones, ventajas o incovenientes de la política de esa compañía. Mis dudas son sencillas: ¿por qué? y ¿para qué? He leído bastante y sigo sin tener respuestas claras.
HTML 5 vs Apps
Si pensamos en apps, lo primero que nos viene a la cabeza es la facilidad de uso, la versatilidad, la gestión de contenido multimedia. Sin embargo, un importantísimo porcentaje de lo que, pongamos por caso iOS5 (el sistema operativo de Apple) te permite hacer, lo puedes desarrollar también mediante HTML5, un salto cualitativo y conceptual que permite incorporar contenidos multimedia directamente, dotar de semántica al contenido que se maneja y facilitar la vida a los buscadores, entre otras muchas cosas. Para hacernos una idea, podemos ver la galería multimedia de HTML5rocks de Google.
En la mayoría de las ocasiones el resultado final de una app no difiere de lo que podríamos lograr con una versión web móvil, hasta el punto de que hay sistemas como Weever o WizziApp que automatizan el trabajo. Pienso en las pocas diferencias entre la versión móvil de Twitter y en su App para iPhone, en versiones de revistas, en reproductores de emisoras de radio… y, sin embargo, para su desarrollo, validación y distribución nos hemos de plegar a una serie de requerimientos de cada uno de los propietarios de sistemas operativos, entre ellas que ningún enlace sale de una app sin tener el visto bueno del propietario del sistema. Ahí radica la cuestión, en la proliferación de apps que no aportan demasiado sobre versiones web.
¿Y a cambio de qué?
¿De una mayor masa de usuarios? ¿De unos canales de distribución muy pulidos? No lo tengo claro. Se me ocurren, por supuesto, algunos casos en los que el uso de apps tiene todo el sentido del mundo: cuando se utiliza el acelerómetro de un dispositivo móvil o a su GPS, o su cámara, o como me comentaba Jorge Molinera, cuando las necesidades de recursos de procesado sean elevadas para un servicio web. En esos casos, las apps son la gran oportunidad, pero no son mayoría. Están también los casos en los nuestra web es tan compleja o inabordable por la tecnología con la que se hizo en su día, que parece más rápido elaborar desde cero una sencilla app para ofrecer alguno de los servicios. Pero poco más.
Al final, mi reflexión es que seguimos asistiendo al comienzo de la era post Pc, que la batalla ya se libra en la nube y que tiene implicaciones muy altas en los modelos de negocio online que conocemos y que afecta, también, a las experiencias de uso. Todos los implicados van buscando su trozo del pastel tanto en móviles como en webs (me sigue llamando mucho la atención temas como las Web Stores que buscan recuperar al navegador como sistema operativo) y que si la fragmentación continúa, en los próximos años asistiremos a un Internet muy distinto al que conocemos. Para lo bueno y para lo malo.
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